No está bien rendirse, o al menos eso es lo que se dice en todas las frases de motivación que leas sobre la perseverancia. Te las resumo: perseverar es bueno, rendirse es malo.
Si actualmente estás comprometido con un proyecto personal en el cual sientas que los resultados alcanzados no pagan el esfuerzo y no te sentís feliz, es posible que hayas considerado más de una vez bajar los brazos. Y si esta no es tu situación actual es posible que esto te haya sucedido en el pasado y, claro, es una posibilidad a futuro.
En general, cuando conversás sobre esto con tus colegas o amigos, estos te alientan a seguir adelante. Te dicen que es solo cuestión de tiempo y que si te esfuerzas lo suficiente los buenos resultados van a llegar más temprano que tarde. “Persevera y triunfarás”, pensás, pero ¿hasta cuándo valdrá la pena? ¿O es que rendirse no es una opción?
Si es que cabe en consideración la posibilidad de rendirse, cómo saber cuándo conviene hacerlo. ¿Hay algún indicador que nos permita reconocer que ya lo hemos intentado lo suficiente? ¿Es conveniente sostener artificialmente un proyecto cuando ya hemos perdido la motivación?
Intento iluminar un camino que sirva de guía para responder estas y otras preguntas que, para un emprendedor y para cualquier persona, son vitales. En el sentido que en su respuesta se nos “juega la vida” en el sentido del propósito que tiene para nosotros y claramente se juega la felicidad.
Sin embargo, dado que podríamos confundir las palabras rendirse, fracasar y abandonar como si fueran sinónimos, necesitamos diferenciarlas para construir la distinción que nos sirva en este camino.
Nadie quiere fracasar
La palabra fracasar proviene del latín “quatere”, que significa sacudir y de prefijo italiano “fra”, en medio. Fracasar se entiende en su origen como en medio de la sacudida.
Fracasar, más que una acción eventual es, ante todo, un proceso que tiene una duración. Este proceso es vivido como un momento de pérdida personal, como un abismo y como una mancha.
Por otra parte, el fracaso se presenta como la contracara del éxito. En nuestra cultura el éxito se volvió un mandato y un indicador de calidad (calidad de producto o servicio, calidad de vida, etc.) Por esto pretendemos desterrar al fracaso, pero todos en la vida experimentamos fracasos y de ellos se desprenden experiencias inolvidables que nos hacen crecer como personas y como profesionales.
Esta búsqueda del éxito y consecuentemente de evitar el fracaso puede hacernos vivir en la constante ansiedad, impedirnos disfrutar de lo que hacemos y hacernos olvidar de para qué lo hacemos.
Y si bien el fracaso puede tener una resignificación positiva y por lo tanto generativa, el fracaso significa que el proyecto se estrelló y que no seguirá, al menos como era antes. Es un punto final.
¿Debieras abandonar?
La palabra abandonar viene de la lengua original de los Francos. “Bann” significaba poder o jurisdicción. En francés existe la expresión “laisser à bandon” que puede traducirse al español como dejar en poder de, que más tarde originó el verbo “abandonner”, adoptado en español como abandonar.
Abandonar entonces es dejar algo en el poder de otro. Está asociado con ceder la responsabilidad sobre algo. Le “soltamos la mano”, se extingue la acción, se bajan los brazos y lo dejamos pasar.
Cuando el proyecto también es lo que te apasiona y lo que te da un sentido de propósito, al abandonarlo no se cierra ese capítulo y eso puede llevar a la culpa. El sentimiento de culpa obstaculiza las posibilidades para comenzar proyectos nuevos.
Rendirse sí es una opción
A todos nos resuena la frase “rendirse jamás”, tan utilizada en la terminología militar, ya que el término rendición se utiliza para dejar de combatir o luchar por un objetivo. De acá la connotación negativa de la palabra, pero rendirse es mucho más que entregarse al enemigo.
La palabra rendir viene del latín “reddere” – “re” (hacia atrás) “dare” (dar). El significado puede entenderse como devolver. Por lo tanto al rendirnos nos devolvemos algo a nosotros mismos. Por lo que vale la pena reconsiderar el sentido de la rendición. Rendirse no necesariamente implica perder, ser un flojo o un perdedor.
Cuando se declara “me rindo”, eso que nos devolvemos es la posibilidad de elegir algo diferente y así cerrar formalmente un proyecto, ya se trate de un proyecto de trabajo, de negocio o de vida. Rendirse por lo tanto puede volverse un recurso estratégico.
Tres escenarios posibles
Cuando iniciamos un nuevo proyecto tenemos una visión acerca del futuro y un fuerte compromiso con los resultados, es divertido y la gente te apoya. Ves como los resultados crecen y si bien es necesaria una creciente dosis de esfuerzo, en la medida en que hay crecimiento la motivación por el proyecto también es creciente. Todo parece marchar bien, esta es la zona de optimismo.
Pero con el tiempo aparecen los desafíos y con ellos se pone a prueba la visión y la capacidad para alcanzar los objetivos propuestos. La curva ascendente se desacelera y llega a un punto donde no crece más. Si no estás maduro no podrás superarlos. Estás en la zona de alerta.
En su libro “The dip”, traducido al español como “El abismo”, Seth Godín menciona tres tipos de obstáculos. Voy a tomarme una licencia para renombrar y describir estos tres escenarios.
El acantilado
En este caso todo parece estar bien hasta último minuto, hasta un punto en el que se produce una caída libre. En este momento sobreviene la incertidumbre y en algunos casos hasta puede que el pánico te paralice.
Lo que provoca este escenario puede deberse a:
- Un cambio súbito y rotundo de las reglas del juego, como un cambio tecnológico o un nuevo competidor.
- Pero también puede ser ocasionado por desconocer o no atender a señales previas que nos avisaban que no todo estaba tan bien (y que esas variables que descuidábamos eran críticas). Como por ejemplo cuando un vendedor se concentra en los buenos ingresos por las ventas y descuida la baja rentabilidad, o cuando un empleado no escucha las frecuentes observaciones a sus llegadas tarde, porque se enfoca en que se le reconoce el buen desempeño técnico.
Cuando caes en el acantilado quedaste “fuera de la copa”, game over.
Entonces, ¿Cómo detectar los potenciales acantilados? La respuesta podría estar en tener una visión global y compleja sobre nuestra situación. Global porque incorpora todas las variables necesarias para evaluar el estado de situación, compleja porque implica tener en cuenta a los indicadores que dan positivos junto con los que dan en rojo, al mismo tiempo.
La meseta
Es una situación en la que a pesar del esfuerzo y el trabajo duro, los resultados no cambian. No mejora ni empeora, solo permanecen estables. A diferencia de los anteriores, puede que no adviertas estar en una meseta hasta después de algún tiempo. Si te acostumbraras a ella hasta podrías sentirte cómodo, o tal vez aburrido.
Las mesetas son fáciles de advertir porque podemos permanecer en ellas un largo tiempo y experimentar la insatisfacción, la frustración y la abulia. Es el escenario del más o menos, cuando los resultados no logran satisfacernos ni tampoco nos dejan completamente insatisfechos. Esta insatisfacción parcial puede generar incomodidad, pero aún así nos estanca en la inacción.
Si estás harto de permanecer en la meseta debés gritar ¡Ya basta! y ponerte en acción inmediatamente y hacer algo diferente o de lo contrario no habrá salida. Este es un momento para reinventarse y para innovar. Esto no está exento de algunos riesgos y por lo tanto de algunos miedos.
El pozo
Cuando inicias un proyecto tenés la motivación en el máximo nivel y a veces hasta los buenos resultados pueden acompañarte, pero con seguridad debés prepararte para los obstáculos que pronto aparecerán. Cuando aparecen los obstáculos es probable que ocurra un descenso en los resultados. A esto Godín lo llama el pozo (the dig). En el pozo se vienen abajo, no solo los resultados, sino tu motivación y a veces hasta tu compromiso con la visión.
¿Cómo darte cuenta que estás en el pozo? Seguís haciendo lo mismo que antes, pero ahora parece que las acciones no funcionan, los resultados no tienen la intensidad que tenían antes. Puede que al principio aumentes la energía y el tiempo pero aun así no aparecen los resultados.
Solo los que de antemano saben que en algún momento afrontarían este desafío y se prepararon para ello, lo superan.
Tres escenarios, tres acciones
Estos tres escenarios requieren acciones diferentes.
Si caíste en el acantilado, ese proyecto llegó a su fin. Del acantilado no se sale si no te reinventas.
Innovar en tu emprendimiento, cambiar el enfoque en tus ventas, aprender nuevas competencias para hacer un cambio sustancial en tu carrera, o sencillamente cambiar un hábito.
Puede que te lleve algún tiempo advertir que estás en la meseta y si seguís haciendo lo mismo difícilmente salgas de ahí. Es común que te gane la frustración y abandones.
Salir de la meseta requiere renovar el compromiso con la visión y reiniciar la motivación emprendedora. Reconocer que no estás pudiendo, que no tenés respuesta para los problemas te puede servir para pedir ayuda, o sencillamente pedir una nueva perspectiva.
Por último está el pozo. No es seguro que te topes con el pozo, pero es muy probable. Si te preparas adecuadamente para ese momento podrás perseverar y superarlo.
En cualquier caso tenés siempre a mano una opción. Cuando la visión se desvanece, cuando la motivación decae, cuando el sentido de propósito cambia de sentido, siempre tenés una opción. Rendirte para recuperar la energía y ponerla en un nuevo proyecto que te entusiasme.
Si querés leer una mirada distinta sobre este tema te recomiendo la siguiente nota de La Nación.
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