Solo se puede llenar lo que está vacío

Todos conocemos la historia de la llegada de Cristóbal Colón a América. Al momento de la aventura, en Europa la idea predominante era que el mundo era plano, como un mapa. Llevó mucho tiempo que “el mundo civilizado” de entonces advirtiera que el viejo paradigma era equivocado. El cambio revolucionó el pensamiento.

Thomas Kuhn en su libro «La estructura de las revoluciones científicas» sostuvo que un paradigma no muere hasta que nace otro que lo reemplaza. Lleva tiempo desaferrarse al conocimiento adquirido. No podemos dejar de aprender, aprendemos naturalmente desde el momento del nacimiento. El ambiente, la cultura, la experiencia de vida modelan nuestros aprendizajes.

Pero en este mundo de cambios disruptivos aprender no es suficiente. Necesitamos aprender a desaprender. Es decir identificar los conocimientos, experiencias y hábitos que se volvieron obsoletos y es necesario descartar. El problema con el desaprender es que es más trabajoso que aprender. El cerebro humano está orientado inconscientemente (emocionalmente) al placer. Esto nos lleva a la búsqueda de cierto equilibrio, es decir la tranquilidad que nos da conservar el status quo. Desaprender es soltar las certezas e internarse en la incertidumbre, es correr riesgos.

En ese riesgo de soltar las certezas y la seguridad para sumergirse en el vacío del no saber está la oportunidad del verdadero aprendizaje. Ese que atraviesa la superficialidad del conocimiento y se interna en la profundidad del hacer en la práctica.

 

Las personas detestan cambiar de opinión

El divulgador científico catalán Eduard Punset, en su libro «El viaje al poder de la mente», afirma que las personas no tienen en alta estima a quienes cambian de opinión. Otra vez el parámetro es el mantener el equilibrio. El cerebro tiende a bloquear la información que resulte en un conflicto entre ideas distintas. Una vez tomada una decisión es difícil cambiarla. El cambio es estresante y es antieconómico para un cerebro que en los 10 mil años de evolución no fue diseñado para cambiar.

Sucede que si bien aprendimos que las personas somos seres racionales, la emocionalidad es nuestro sistema operativo. Y el aprendizaje con mayúsculas, ese que nos forma en nuestra identidad está ligado a experiencias emocionales. De aquí que todos los actos que se suponen racionales, como la toma de decisiones, por ejemplo, suceden en fracciones de segundo y resultan de un proceso inconsciente. La racionalidad viene luego para justificar, con argumentos lógicos, una decisión que fue tomada emocionalmente.

Aprender no es una cuestión de argumentación, de memoria o de lógica. Más bien es una cuestión de experiencias, de errores y aciertos, de lo placentero y displacentero. Por lo tanto desaprender requiere también ponernos en contextos que pongan a prueba nuestros saberes y nos hagan chocar contra la evidencia de los malos resultados. Desaprender es también un fenómeno social, ya que muchas veces nuestras fórmulas son el resultado de aprendizajes sociales y no siempre tenemos la valentía de examinar los saberes socialmente aceptados.

 

Del saber como acumulación a la conciencia de la ignorancia

Aún hoy en las escuelas se promueve que los niños y jóvenes aprendan “de memoria”. Esto choca de frente con la constatación práctica de que muchos empleos de ayer están desapareciendo y muchas habilidades que hasta el presente requieren ser aprendidas y entrenadas pueden, en el futuro inmediato ser obsoletas. Según Eduard Punset, “casi nada de lo que nos enseñaron sirve para algo”.
Por ejemplo, ayer y aún hoy un momento importante para cualquier adolescente que se incorpora a la juventud es sacar la licencia de conducir. Sin embargo sabemos que en el futuro inmediato, conducir vehículos estará prohibido por seguridad y los vehículos serán autónomos.

El mundo cambia más rápido de lo que muchos podemos asimilar. De hecho, en el 2001 Raymond Kurzweil formuló la ley de rendimientos acelerados. Kurzweil describe un patrón de crecimiento exponencial de la complejidad del conocimiento (particularmente del conocimiento tecnológico). Como dato, la Association for Talent Development (ATD) publicó en 2010 que el conocimiento mundial se duplica cada 18 meses.

Las personas de más de 40 años contemplan sorprendidos como las habilidades en las que fueron formados y trabajaron buena parte de su vida están perdiendo vigencia. Y con ellas buena parte de las costumbres sociales y el mundo donde crecieron.

Hoy vivimos en la sociedad del conocimiento y experimentamos la paradoja de que cada vez somos más ignorantes. Por lo tanto tenemos que aprender nuevas estrategias de aprendizaje consciente y participativo, donde los sujetos se integren sin perder su identidad y mirada diferente, es decir construyendo conocimiento desde el diferencial de cada uno.

 

Desaprender como competencia

Tradicionalmente se define desaprender como olvidar lo que se había aprendido. Pero olvidar sería reducir lo aprendido a la nada. Más bien es una estrategia para despojarse de las estructuras de conocimiento, etiquetas mentales y hábitos incorporados que limitan la posibilidad de reconocer (volver a conocer) algo de nuevo. Pero además desaprender es una necesidad que proviene de advertir que los saberes muchas veces se cristalizan en prejuicios.

Esos prejuicios nos limitan, nos hacen menos flexibles y nos dejan pedaleando en el aire. El futuro ya llegó y los cambios permanentes son un dato de la vida cotidiana.

De modo que estamos ante la emergencia de una nueva competencia, el desaprendizaje. Las personas que incorporen esta competencia podrán reprogramarse para nuevos contextos. Desaprender requiere reconocer la propia ignorancia y domar las emociones del miedo a la incertidumbre y de la ansiedad por encontrar nuevos marcos de referencia seguros.

Si bien las personas tenemos capacidades diferentes en lo que respecta a la flexibilidad y la resiliencia, podemos observar tres momentos clave en el ciclo de desaprender y disponernos a aprender algo nuevo.

 

ciclo desaprender

 

Un primer momento caracterizado por aferrarse a lo conocido, en el que predomina la conservación de la comodidad y el miedo a la incertidumbre.

En el segundo momento se da la apertura y la curiosidad, donde se da una cierta tensión entre la liviandad para afrontar los errores y las falencias con la ansiedad que provoca la búsqueda de nuevos saberes que den respuesta.

Por último la exploración de lo nuevo, en el que la persona se conecta más con una visión positiva y de desafío y el estado de ánimo predominante es el entusiasmo.

 

Dejando los prejuicios a un lado

Pensar que se puede sostener una imagen de saber y que de eso dependa además la autoestima es una pesada carga para cualquiera. Después de todo no saber no es tan malo, solo es una realidad a la que tarde o temprano debemos aceptar. Nuestros saberes se hacen obsoletos porque el mundo cambia demasiado rápido.

Aferrarse a los paradigmas conocidos puede ser cómodo y en eso radica su mayor problema. Como en la metáfora de la rana hervida, en la cual una rana nada plácidamente en una olla con agua que está en una hornalla encendida. Cuando el agua alcanza una temperatura tal que la rana advierte el peligro, ya es demasiado tarde.

Ser competente en desaprender radica en no creerse demasiado las propias certezas y cargar una mochila liviana. Hace 2500 años el filósofo griego Platón atribuyó a Sócrates una frase actual: “Solo sé que no sé nada”. Es hora de aprender a desaprender.

 

¿Y vos que pensás sobre este tema?

¿Cuál es la experiencia de desaprendizaje que te marcó? ¿Qué aprendiste acerca de tu habilidad para desaprender? ¿Qué conocimientos y habilidades considerás que pueden estar siendo obsoletos?

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